3.3. La ciudad de Dios
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De acuerdo con el pensamiento griego, Agustín de Hipona piensa que la felicidad es el fin último al que aspira la voluntad humana, pero esta felicidad en sentido pleno sólo puede encontrarse en Dios. Sócrates identificó el mal moral con la ignorancia. Si el bien conduce a la felicidad, solo quien no lo conoce puede rechazarla. Este intelectualismo fue matizado con posterioridad por los diversos filósofos griegos, aún así, la llegada del cristianismo supuso una interpretación moral que resaltaba la importancia de la libertad humana. El ser humano, compuesto de cuerpo y de alma, tiene una doble inclinación: hacia el bien, Dios, y hacia el mal, el pecado. San Agustín reflexionó profundamente sobre las condiciones que determinan la elección moral:
De acuerdo con la idea cristiana del pecado original, el ser humano perdió la libertad plena concedida a Adán y a Eva para elegir el bien y resistirse al mal, haciéndose naturalmente pecador, sólo por la fuerza de la gracia divina puede el ser humano dirigirse hacia el bien. Así se refiere él mismo a este doble condicionante en el Enquiridión: “No basta la voluntad del hombre, si no la acompaña la misericordia de Dios, luego tampoco sería suficiente la misericordia de Dios si no la acompañara la voluntad del hombre”.
El tema del origen y la naturaleza del mal también preocupó a San Agustín: Si Dios es el creador absoluto, ¿es también el responsable de la existencia del mal? San Agustín, que en su momento aceptó la tesis maniquea de la existencia de un principio del bien y otro del mal, acabó defendiendo la explicación neoplatónica según la cual el mal no sería algo positivo, sino la carencia del bien. El mal consistiría en el alejamiento de la perfección divina.
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La lucha entre los amantes de Dios y sus enemigos continuará hasta el final de los tiempos, en los que finalmente triunfará el bien y se instaurará una paz perpetua. Su planteamiento es generalmente interpretado como una defensa de la supremacía moral de la Iglesia frente a un estado encargado de la organización social bajo la supervisión religiosa.
Actividad de Lectura
Mas los hombres que no viven de la fe buscan la paz terrena en los
bienes y comodidades de esta vida. En cambio, los hombres que viven de
la fe esperan en los bienes futuros y eternos, según la promesa. Y usan
de los bienes terrenos y temporales como viajeros. Éstos no los prenden
ni los desvían del camino que lleva a Dios, sino que los sustentan para
tolerar con más facilidad y no aumentar las cargas del cuerpo
corruptible, que incordia al alma. Por tanto, el uso de los bienes
necesarios a esta vida mortal es común a las dos clases de hombres y a
las dos casas; pero, en el uso, cada uno tiene un fin propio y un
pensar muy diverso del otro.
Así, la ciudad terrena, que no vive de la fe, apetece la paz terrena y fija la concordia entre los ciudadanos que mandan y los que obedecen en que sus quereres estén acordes de algún modo en lo concerniente a la vida mortal. Empero, la ciudad celestial, o mejor, la parte de ella que peregrina en este valle y vive de la fe, usa de esta paz por necesidad, hasta que pase la mortalidad, que precisa de tal paz. Y por eso, mientras que ella está como viajero cautivo en la ciudad terrena, habiendo recibido ya la promesa de su redención y el don espiritual como prenda de ella, no duda en obedecer las leyes de la ciudad terrenal que reglamentan las cosas necesarias y el mandamiento de la vida mortal. Y como ésta es común, entre las dos ciudades hay concordia con relación a esas cosas. Pero resulta que la ciudad terrena tuvo ciertos sabios condenados por la doctrina de Dios, que, o por sospechas o por engaño de los demonios, dijeron que debían amistar muchos dioses con las cosas humanas. Y encomendaron a su tutela diversos seres, a uno el cuerpo, a otro el alma; y en el mismo cuerpo, a uno la cabeza y a otro la cerviz; y de las demás partes, a cada uno la suya. Y de igual modo en el alma: a uno encomendaron el ingenio, a otro la doctrina, a otro la ira, a otro la concupiscencia; y en las cosas necesarias de la vida, a uno el ganado, a otro el trigo, a otro el vino, a otro el aceite, a otro las selvas, a otro el dinero, a otro la navegación, a otro las guerras y las victorias, a otros los matrimonios, a otro los partos y la fecundidad, y a otros los otros seres.
La ciudad celestial, en cambio, conoce a un solo Dios, único, al que debe el culto y esa servidumbre, que en griego se dice latreia, y que piensa con piedad fiel que no se debe más que a Dios. Estas diferencias han motivado el que esta ciudad no pueda tener comunes con la ciudad terrena las leyes religiosas. Y por éstas se ve en la precisión de disentir de ella y ser una carga para los que sentían en contra y soportar sus iras, sus odios y sus violentas persecuciones, a menos de refrenar alguna vez los ánimos de sus enemigos con el terror de su multitud y siempre con la ayuda de Dios.
Así, la ciudad terrena, que no vive de la fe, apetece la paz terrena y fija la concordia entre los ciudadanos que mandan y los que obedecen en que sus quereres estén acordes de algún modo en lo concerniente a la vida mortal. Empero, la ciudad celestial, o mejor, la parte de ella que peregrina en este valle y vive de la fe, usa de esta paz por necesidad, hasta que pase la mortalidad, que precisa de tal paz. Y por eso, mientras que ella está como viajero cautivo en la ciudad terrena, habiendo recibido ya la promesa de su redención y el don espiritual como prenda de ella, no duda en obedecer las leyes de la ciudad terrenal que reglamentan las cosas necesarias y el mandamiento de la vida mortal. Y como ésta es común, entre las dos ciudades hay concordia con relación a esas cosas. Pero resulta que la ciudad terrena tuvo ciertos sabios condenados por la doctrina de Dios, que, o por sospechas o por engaño de los demonios, dijeron que debían amistar muchos dioses con las cosas humanas. Y encomendaron a su tutela diversos seres, a uno el cuerpo, a otro el alma; y en el mismo cuerpo, a uno la cabeza y a otro la cerviz; y de las demás partes, a cada uno la suya. Y de igual modo en el alma: a uno encomendaron el ingenio, a otro la doctrina, a otro la ira, a otro la concupiscencia; y en las cosas necesarias de la vida, a uno el ganado, a otro el trigo, a otro el vino, a otro el aceite, a otro las selvas, a otro el dinero, a otro la navegación, a otro las guerras y las victorias, a otros los matrimonios, a otro los partos y la fecundidad, y a otros los otros seres.
La ciudad celestial, en cambio, conoce a un solo Dios, único, al que debe el culto y esa servidumbre, que en griego se dice latreia, y que piensa con piedad fiel que no se debe más que a Dios. Estas diferencias han motivado el que esta ciudad no pueda tener comunes con la ciudad terrena las leyes religiosas. Y por éstas se ve en la precisión de disentir de ella y ser una carga para los que sentían en contra y soportar sus iras, sus odios y sus violentas persecuciones, a menos de refrenar alguna vez los ánimos de sus enemigos con el terror de su multitud y siempre con la ayuda de Dios.
San Agustín, La ciudad de Dios, B.A.C., Madrid. Extraido de Cantemar
Se trata de un capítulo de la obra La Ciudad de Dios
de San Agustín. Te sugerimos que tras la lectura redactes una reflexión
referida a los siguientes aspectos:
¿Es posible encontrar una verdadera felicidad en este mundo?
¿En qué caso la ciudad terrena es contraria a la ciudad de Dios?
¿Es posible encontrar una verdadera felicidad en este mundo?
¿En qué caso la ciudad terrena es contraria a la ciudad de Dios?
AV - Reflexión
Has leído cómo San Agustín acepta las decisiones tomadas en el ámbito político, pero entiende que debe estar en manos de la Iglesia la tutela en lo referente a los aspectos religiosos. Hoy en día, en un contexto bien distinto al que vivió San Agustín, las relaciones entre los poderes políticos y religiosos siguen dando lugar a momentos de tensión. Te sugerimos que busques en Internet la noticia de alguna situación polémica surgida entre gobiernos y grupos religiosos como consecuencia del rechazo de estos últimos a alguna medida política considerada como ataque a sus convicciones.
Tras esto, mira en Wikipedia las definiciones correspondientes a estos tres modos de concebir en la actualidad las relaciones entre el estado y las confesiones religiosas: Razona sobre cuál de los tres modelos te parece el más adecuado para las sociedades de nuestro tiempo.
Imagen de Philippe Leroyer en Flickr |
Tras esto, mira en Wikipedia las definiciones correspondientes a estos tres modos de concebir en la actualidad las relaciones entre el estado y las confesiones religiosas: Razona sobre cuál de los tres modelos te parece el más adecuado para las sociedades de nuestro tiempo.
Para saber más
Para completar este recorrido por la filosofía de San Agustín, te recomendamos que prestes atención a esta secuencia de diapositivas realizado por Concepción Pérez García donde resumen las ideas principales del autor: (Pica sobre la imagen)
Captura de pantalla. Diapositivas de Minervagigia en Slideshare |
Para saber más
Si quieres conocer más directamente el pensamiento de Agustín de Hipona, aquí
tienes una interesante selección de textos para consultar elaborada por CNICE:
- Confesiones, VIII, 12. Sobre su conversión al cristianismo
- De libre albedrío. Relación fe - razón
- De libre albedrío. Teoría de la Ilumniación
- La ciudad de Dios, XI, 26. Imagen de la Trinidad en la naturaleza humana y la duda agustiniana
- La ciudad de Dios, XI, 26. La certeza de la propia existencia
- La ciudad de Dios, XI, 18. El mal y la belleza del Universo
- De las costumbres de la Iglesia católica, II, 5. El bien sujeto del mal
- De la naturaleza del bien contra los maniqueos, XVIII. Sobre la materia
- De diversis quaestionibus octoginta tribus, q.46: De Ideis. Sobre las ideas eternas
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