1. Concepto y funciones del dinero
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Hoy en día el dinero es un elemento tan cotidiano en nuestras vidas que nos cuesta imaginar una sociedad donde no existiera. ¿Cómo se podría llevar a cabo el intercambio de bienes y servicios sin su existencia? Los individuos tendrían que recurrir al sistema del trueque. Un hortelano que deseara adquirir un cuenco de barro se dirigiría al taller de un alfarero. Sólo podría pagarle con los productos de su trabajo, hortalizas cultivadas. Pero si el alfarero no necesitara hortalizas porque tuviera su propio huerto, es decir, si no se produjera la coincidencia simultánea de necesidades, no sería posible el intercambio.
En nuestras sociedades modernas resulta inviable organizar toda la cantidad de intercambios a través del trueque. Piensa en la cantidad de bienes y servicios que utilizas a diario y en la cantidad de acuerdos a los que deberías llegar con un montón de personas.
A medida que las sociedades se desarrollan se tiende a la división del trabajo y a la especialización, es decir, cada uno de nosotros nos dedicamos a la elaboración de un bien o servicio y con lo que ganamos acudimos al mercado para adquirir otros. Como ya sabemos, ese intercambio se realiza a través del dinero y el sistema de precios. Un dinero que, además de favorecer el intercambio, cumple otras funciones.
En concreto podemos decir que el dinero desempeña tres funciones principalmente:
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1. El dinero es un medio de cambio o de pago generalmente aceptado por todos para la realización de transacciones y la cancelación de deudas. Su uso facilita el comercio y resuelve las limitaciones que tiene el trueque.
2. El dinero es unidad de cuenta común, es decir aquella en la que se fijan los precios y se llevan las cuentas, en definitiva nos permite medir el valor de los bienes y servicios.
3. El dinero es depósito de valor, es decir, es un activo financiero que sirve para mantener riqueza, tanto las familias como las empresas suelen conservar una parte de su patrimonio en forma de dinero. Esta función es importante porque a menudo los agentes económicos no gastan todo lo que ganan, sino que ahorran una parte, para después gastarlo cuando sea necesario.
Para que el dinero cumpla esta última función es necesario que su valor sea estable, pero ya sabemos el poder de compra del dinero se altera con el nivel general de precios (decimos que la inflación disminuye el poder adquisitivo del dinero). Así, una persona que guarda dinero "en el colchón" no mantendrá su riqueza si los precios suben.
Para cumplir las funciones que acabamos de comentar, la mercancía elegida como dinero debe reunir las siguientes características:
- Duradera: que no sea perecedera. Ello le permitirá cumplir la función de depósito de valor. Por ejemplo, los alimentos frescos no podrían ser utilizados como dinero porque se estropean fácilmente.
- Transportable: para realizar los intercambios la mayoría de las veces los agentes económicos tienen que acudir directamente a los mercados. No tendría sentido utilizar como dinero, por ejemplo, ningún bien inmueble, que no se puede llevar físicamente al lugar donde se van a realizar las compraventas.
- Divisible y acumulable: debe permitir su uso para todo tipo de cantidades, es decir, se debe poder subdividir en partes más pequeñas o juntar para cantidades superiores. Si utilizáramos como dinero un bien no divisible de alto valor (ejemplo: un coche) y con él quisiéramos comprar un producto de un valor muy inferior (ejemplo: un chicle), tendríamos que llevarnos a casa seguramente muchas más unidades de éste de las que necesitáramos.
- Homogénea: cualquier unidad del bien debe ser exactamente igual a las demás. Por ejemplo, si se utilizan pequeños trozos de madera como dinero, habrá que asegurarse de que todos pesen lo mismo, de que sean de la misma especie -pino-, variedad, calidad, etcétera.
- De oferta limitada: la escasez del dinero es la que permite asegurar su valor. Si eligiéramos los granos de arena como dinero, como existen en cantidades prácticamente infinitas, los precios de los bienes crecerían constantemente: cada vez se exigirían más granos para comprar las mismas mercancías.
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A la vista de estos requisitos, resulta fácil aceptar que los metales preciosos fueran con frecuencia las mercancías elegidas. Pero los metales preciosos presentaban también dificultades, ya que debían ser evaluados en cada intercambio. Con la acuñación de monedas se eliminaron estos inconvenientes, estampando la autoridad su sello como garantía de su peso y de su calidad.
Con todo, la humanidad ha utilizado una amplia variedad de mercancías como dinero: conchas marinas en algunas islas del Pacífico, piedras talladas en África, hojas de tabaco en Norteamérica antes de su independencia o cigarrillos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Dicho esto, lo cierto es que las mercancías más usadas han sido indudablemente los metales: el hierro, el oro y, sobre todo, la plata.
Hay aún otra característica exigible al dinero y difícil de conseguir: el fácil reconocimiento de su valor. Como el valor de los metales puede ser adulterado mediante aleaciones que reduzcan su ley, los gobernantes comenzaron a poner en algunas piezas de metal un sello para garantizar su peso y pureza. Surgieron así las primeras monedas. La referencia más antigua que disponemos de la acuñación de monedas procede del historiador griego Herodoto (484-425 a.C.). Según él, la primera acuñación se habría producido en Lidia, un reino situado en lo que ahora es Turquía, hacia el siglo VIII a.C.