7. Poesía en libertad


Imagen 11. Autor: silviaN. Licencia Creative Commons
Con el otoño, el ciclo se cumplió. La vendimia trajo olor de mosto a la capital y el final de las tardes largas. Mi tío Pedro, Pedro, el primo segundo de Violeta García de Sousa, don Pedro, todos ellos murieron en el verano del 75, unos meses antes de que muriera Franco. A su sepelio acudieron personajes variopintos: el librero de Quevedo, quien parecía sentir verdaderamente su pérdida, dos señoras que, de vez en cuando, me miraban de reojo y comentaban algo inaudible, el director del orfanato, erguido y vestido de falangista, y otros muchos personajes que no conseguí reconocer. Salvo el viejo librero, nadie lloraba y en el ambiente se respiraba una sensación similar a la que produce en el ser humano el asomarse a un precipicio: inquietud, miedo, esperanza, plenitud y acabamiento.
—Vuelves a estar solo, Fernando. Pero ya no nos necesitas. ¿Sabes? Creo que Pedro ha hecho de ti lo que Violeta hubiera querido. ¿Qué? ¿Cuántos libros te ha regalado? No te sorprendas. Lo sé todo. Y no te preocupes. Pronto nosotros seremos reliquia. Se avecinan nuevos tiempos y los de vuestra generación sois ahora el eslabón responsable de que lo esencial no se pierda.
—Y ¿qué es lo esencial, don Luis?
—El hombre, Fernando, el hombre. Bueno, te dejo, que debo volver a la residencia que si no, me quedo sin cena. Ya sabes, a los viejos nos tratan como a chiquillos de orfanato. Siempre tenemos a un requeté que no nos quita el ojo.
Me quedé solo frente al nicho. Pedro era lo más parecido a un padre que yo había tenido. Entonces saqué la carta cerrada que me dio el día en que nos conocimos. Seguía cerrada y ya pertenecía a mi indumentaria. Siempre la llevaba encima pero nunca la abrí. Quise devolvérsela, y así cerrar las incógnitas que me había planteado, pero la guardé de nuevo.
Caminé sin su compañía hasta la casa de mi madre.
Allí miré la estantería donde había guardado todos los tesoros que me había regalado. Efectivamente, pensé, es un tesoro. Mi tesoro.
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SOLEDADES

Nos van dejando solos los mayores. Se irán
la fresca juventud y los amores cálidos.
Y partirán de pronto, sucederán qué cosas,
propiciarán qué cartas, y qué libros amargos.

Alzando va ya el tiempo la alta torre
de la soledad, que nubla el cielo.
Y nos llama la sombra con su mano enemiga.
Y se adentra en lo oscuro
nuestra herida memoria.

Ya nos lleva la vida por senda entenebrada,
solos ante la destrucción de cuanto amamos.

Y ese viento que ahuyenta las estrellas...

Felipe Benítez Reyes, Pruebas de autor, 1985


A partir de entonces soy yo quien completa la biblioteca. Desde 1975 siguen apareciendo importantes libros de poetas, algunos ya consagrados de las generaciones anteriores, otros con nuevos bríos y maneras. Es el caso de este autor gaditano reconocido por importantes premios literarios.


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En la última parte de su vida, José Hierro, ya gravemente enfermo (sufrió un infarto de miocardio y un enfisema pulmonar en el año 2000 que acabaron llevándole a la tumba), entabló una profunda amistad con el músico y también poeta Joaquín Sabina. Se escribieron mutuamente varios sonetos llenos de elogios y de gracia, y esa correspondencia fue uno de sus grandes alicientes vitales durante su agonía. El 17 de diciembre, Sabina le envió estos versos: "No te nos mueras, Pepe, que te mato/ no nos dejes la vida tan viuda,/ofende más la sangre que la duda,/ no nos digas adiós quédate un rato./ Rezando estoy por ti como un beato/ de hinojos ante Cristo y ante Buda,/ a los pies de una Virgen sordomuda/ que empapa de diptongos tu hiato". El 21 de diciembre, Hierro murió.

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Completa el crucigrama con los nombres de las tendencias de los distintos autores:

Horizontales:

  1. Blanca Andreu.
  2. Julio Llamazares.
  3. Ana Rosseti.

Verticales:

  1. Jon Juaristi.
  2. Jaime Siles.
  3. Antonio Colinas.
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Icono IDevice Objetivos
La poesía, como cualquier creación artística, es un proceso inacabado, continuo y futuro. Hablar de última poesía española es paradójico.