Las células o fagocitos que se encargan de limpiar al organismo de agentes patógenos son:

• Leucocitos neutrófilos.
• Monocitos, y las células que derivan de ellos, los macrófagos.

Los neutrófilos deben su nombre a la poca capacidad que poseen para poderse teñir, tanto con colorantes básicos como ácidos. Tienen la particularidad de que en su citoplasma se hallan numerosos gránulos que no son más que lisosomas. Dentro de ellos se encuentran las enzimas hidrolíticas, que digieren las partículas extrañas que fagocitan.

Pueden atravesar vasos sanguíneos y pasar a otros tejidos, eliminando cualquier patógeno que pudiera haberlos invadido.

Por su parte, los monocitos poseen también gran cantidad de lisosomas y se localizan tanto en la sangre como en la linfa. Al igual que los neutrófilos, pueden llegar a otros tejidos donde se diferencian en otras células de mayor tamaño que son los macrófagos.

Tanto los monocitos como macrófagos fagocitan células extrañas, pero además participan en otros procesos, como la destrucción de células cancerígenas y células envejecidas.

Además, los macrófagos son una pieza clave en el inicio de la respuesta específica ya que después de digerir el patógeno presentan los antígenos de éstos a otras células del sistema inmune advirtiendo, de esa manera, de un ataque.

Pero tanto los neutrófilos como los macrófagos, ¿cómo son atraídos hacia el foco de la infección?

En el mismo lugar de la infección se liberan una serie de sustancias, denominadas quimiotácticas, que atraen y concentran estas células en ese lugar.

Aquí tienes una animación que muestra el proceso de un macrófago fagocitando una bacteria.