La actividad económica está compuesta por las actuaciones de los hombres para satisfacer sus necesidades. Por tanto afecta al bienestar de las personas, tiene una dimensión social. Ello lleva a que deba analizarse desde dicha dimensión, teniendo en cuenta cómo se distribuye la riqueza entre la población y qué diferencias sociales existen.

La economía deberá perseguir que el bienestar que genera se extienda entre todas las capas sociales.

Las relaciones sociales siempre han tenido un trasfondo económico.

El hombre primitivo, nómada, vivía de la caza y la recolección de frutos, y sólo aspiraba a subsistir. Su situación cambió cuando pasó a dominar el fuego y la agricultura. Ello trajo consigo su sedentarización, la acumulación de riqueza y las primeras estratificaciones sociales, con la diferenciación entre las sociedades rural y urbana.

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La especialización caracterizó ya al Imperio Romano, y en la Edad Media la sociedad se dividió en tres estratos fundamentalmente: nobleza, clero y campesinado. La estructura económica obedeció al sistema social feudal, con predominio de la agricultura y la ganadería.

La importación de técnicas procedentes de Oriente, como la imprenta, algunas de navegación y la brújula favoreció los descubrimientos geográficos, la diversificación de la riqueza económica y el surgimiento de una nueva clase social: la burguesía, a partir de las actividades de artesanos y comerciantes.

Económicamente, las manufacturas tomaron el relevo como principal fuente de riqueza. Posteriormente la Revolución Industrial hizo que emergiera una bipolarización entre clases pudientes y trabajadoras.

Durante los siglos XIX y XX aumentó la conciencia de la necesidad de intervenir en las economías. Dicha intervención ha afectado a las relaciones sociales, generando sociedades con distintos grados de desigualdad, explotación de los recursos, etcétera.

Todos estos aspectos nos moverán a estudiar los sistemas y los agentes económicos en temas posteriores.