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 Imagen 5. Autor: Ernst Ludwig Kirchner. Dominio público
Al comienzo del siglo, Madrid reunió al mundo intelectual en torno a la crisis del 98 y a las ideas krausistas y regeneracionistas. Violeta y yo participamos de este ambiente cuando viajábamos a la capital. Asistíamos a las tertulias de los cafés, enviábamos nuestras colaboraciones a los periódicos de la capital, conocíamos a personajes de las artes y la intelectualidad, la política, los toros y la cultura. Eran los años de la bohemia madrileña.
 
El Colonial, Fornos, Café de Oriente, la Flor y Nata, el Café de Pombo, el Café Gijón y, el que para mí por mi condición de plumilla era el templo de la sabiduría,  el Mesón del Segoviano en la Cava Baja, frecuentado por personajes del periodismo noctámbulo madrileño como César González Ruano y Cansinos Assens.
 
En uno de aquellos lugares conocimos la detective y yo a gran parte de los narradores del 98: Baroja, Azorín, Maeztu... Por eso sentí nostalgia cuando leí, escrito por la mano de don Pío, un fragmento de la vida que había dejado atrás.

"En general, el aprendiz de literato suele avanzar a través de una sociedad literaria que tiene sus grados y sus jerarquías respetados por él.
 
No nos pasó a nosotros, a los de mi tiempo, lo mismo. En el periodo de 1898 a 1900 nos encontramos de pronto reunidos en Madrid una porción de gentes que tenían como norma pensar que el pasado reciente no existía para ellos.
 
Cualquiera hubiera dicho que este tropel de escritores y de artistas había sido congregado por alguien y para algo; pero el que hubiera pensado esto se hubiera equivocado.
 
Era la casualidad la que nos reunió por un momento a todos, un momento muy corto, que terminó en una desbandada general. Hubo un día en que nos reunimos treinta o cuarenta aprendices de literato en las mesas del antiguo café de Madrid.
 
Este aflujo de gente nueva, que sin mérito y sin tradición quiere intervenir e influir en una esfera de la sociedad, debe ser, más en grande, un fenómeno corriente en las revoluciones.
 
Como nosotros no teníamos , ni podíamos tener, una obra común que realizar, nos fuimos pronto dividiendo en pequeños grupos, y concluimos por disolvernos.
 
Unos días después de publicar mi primer libro, Vidas sombrías, Miguel Poveda, que se había encargado de imprimirlo, envió un ejemplar a Martínez Ruiz, que por entonces estaba en Monóvar.
 
A vuelta de correo, Martínez Ruiz le escribió una larga carta hablándole del libro; al día siguiente le envió otra.
 
Poveda me dio a leer estas cartas, que me produjeron una gran sorpresa y una gran alegría. Una semana después, en Recoletos, volviendo de la Biblioteca, se me acercó Martínez Ruiz, a quien yo conocía ya de vista.
 
—¿Usted es Baroja? —me dijo.
 
—Sí.
 
—Yo soy Martínez Ruiz.
 
Nos dimos la mano y nos hicimos amigos.
 
Por entonces emprendimos viajes juntos, colaboramos en los mismos periódicos, atacamos los mismos ideales y los mismos hombres."

Pío Baroja, Juventud, Egolatría.