3.1. La novela picaresca. El Guzmán y el Buscón
Imagen de Adriaen van Ostade bajo Dominio público |
"En estas niñeces pasé algún tiempo aprendiendo a leer y escribir. Llegó (por no enfadar) el de unas Carnestolendas, y trazando el maestro de que se holgasen sus muchachos, ordenó que hubiese rey de gallos. Echamos suertes entre doce señalados por él y cúpome a mí. Avisé a mis padres que me buscasen galas.
Llegó el día y salí en uno como caballo, mejor dijera en un cofre vivo, que no anduvo en peores pasos Roberto el diablo, según andaba él. Era rucio, y rodado el que iba encima por lo que caía en todo. La edad no hay que tratar, biznietos tenía en tahonas. De su raza no sé más de que sospecho era de judío según era medroso y desdichado. Iban tras mí los demás niños todos aderezados.
Pasamos por la plaza (aun de acordarme tengo miedo), y llegando cerca de las mesas de las verduras (Dios nos libre), agarró mi caballo un repollo a una, y ni fue visto ni oído cuando lo despachó a las tripas, a las cuales, como iba rodando por el gaznate, no llegó en mucho tiempo. La bercera (que siempre son desvergonzadas) empezó a dar voces; llegáronse otras y con ellas pícaros, y alzando zanahorias, garrofales, nabos frisones, tronchos y otras legumbres, empiezan a dar tras el pobre rey. Yo, viendo que era batalla nabal y que no se había de hacer a caballo, comencé a apearme; mas tal golpe me le dieron al caballo en la cara que, yendo a empinarse, cayó conmigo en una (hablando con perdón) privada. Púseme cual V. Md. puede imaginar. Ya mis muchachos se habían armado de piedras y daban tras las revendederas y descalabraron dos.
Yo, a todo esto, después que caí en la privada, era la persona más necesaria de la riña. Vino la justicia, comenzó a hacer información, prendió a berceras y muchachos mirando a todos qué armas tenían y quitándoselas, porque habían sacado algunos dagas de las que traían por gala y otros espadas pequeñas. Llegó a mí, y viendo que no tenía ningunas, porque me las habían quitado y metídolas en una casa a secar con la capa y sombrero, pidióme, como digo, las armas, al cual respondí, todo sucio, que si no eran ofensivas contra las narices, que yo no tenía otras. Quiero confesar a V. Md. que cuando me empezaron a tirar los tronchos, nabos, etcétera, que, como yo llevaba plumas en el sombrero, entendiendo que me habían tenido por mi madre y que la tiraban, como habían hecho otras veces, como necio y muchacho, empecé a decir: «Hermanas, aunque llevo plumas, no soy Aldonza de San Pedro, mi madre» (como si ellas no lo echaran de ver por el talle y rostro). El miedo me disculpó la ignorancia, y el sucederme la desgracia tan de repente.
Pero, volviendo al alguacil, quísome llevar a la cárcel, y no me llevó porque no hallaba por donde asirme (tal me había puesto del lodo). Unos se fueron por una parte y otros por otra, y yo me vine a mi casa desde la plaza martirizando cuantas narices topaba en el camino. Entré en ella, conté a mis padres el suceso, y corriéronse tanto de verme de la manera que venía que me quisieron maltratar. Yo echaba la culpa a las dos leguas de rocín exprimido que me dieron. Procuraba satisfacerlos, y, viendo que no bastaba, salíme de su casa y fuime a ver a mi amigo don Diego, al cual hallé en la suya descalabrado, y a sus padres resueltos por ello de no enviarle más a la escuela. Allí tuve nuevas de cómo mi rocín, viéndose en aprieto, se esforzó a tirar dos coces, y de puro flaco se le desgajaron las dos piernas y se quedó sembrado para otro año en el lodo, bien cerca de expirar.
Viéndome, pues, con una fiesta revuelta, un pueblo escandalizado, los padres corridos, mi amigo descalabrado y el caballo muerto, determinéme de no volver más a la escuela ni a casa de mis padres, sino de quedarme a servir a don Diego o, por mejor decir, en su compañía, y esto con gran gusto de los suyos, por el que daba mi amistad al niño. Escribí a mi casa que yo no había menester más ir a la escuela porque, aunque no sabía bien escribir, para mi intento de ser caballero lo que se requería era escribir mal, y que así, desde luego renunciaba [a] la escuela por no darles gasto y [a] su casa para ahorrarlos de pesadumbre. Avisé de dónde y cómo quedaba y que hasta que me diesen licencia no los vería."
1. ¿Quién habla en el fragmento de El Buscón?
El autor.
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El protagonista. Es un relato autobiográfico.
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Es una biografía de Quevedo.
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Tras el incidente, decide seguir yendo a la escuela como si no hubiera pasado nada.
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Pide perdón y ayuda a sus padres.
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Decide entrar al servicio de un amo para ir ascendiendo socialmente.
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Popular.
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Es una manera de hablar propia de los delincuentes de la época.
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Son expresiones cultas, propias del folclore castellano.
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Es nombre de cristiano viejo, pues tiene de apellido el apelativo de un santo.
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Es una formación propia de judío converso o cristiano nuevo.
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Es un patronímico tradicional castellano.
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