2.2. Quevedo
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Imagen de Juan Van der Hammen bajo Dominio público |
"Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado;
era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito."
En el primer grupo encontramos:
- Sonetos, letrillas y romances burlescos, como el de arriba, en el que se revela, una vez más, como un consumado maestro del idioma.
- Sátiras personales.
- Las jácaras, poesía tabernaria y prostibularia convertida en arte. El éxito de estos poemas fue enorme, e incluso, alguno de ellos —La jácara de Escarramán— recibió una versión a lo divino. En ellos el uso del argot de germanía se generalizó totalmente y la perfección alcanzada en su empleo es tal que superó a cualquier otro intento similar emprendido en su época. La coexistencia del léxico de germanía con el castellano es perfecta y constituye uno de los grandes aciertos de estas composiciones.
En el grupo de poesía reflexiva y seria se pueden ver:
- Poemas amorosos de corte petrarquista, platónico y cortesano.
- Poemas metafísicos, que parten de los grandes tópicos ancestrales de la humanidad -la vida, la muerte, el tiempo...-.
- Poemas religiosos y morales, basados en el escepticismo y el desengaño de la vida.
- Poemas políticos, de los cuales ya hemos leído algo en los apartados anteriores.
La poesía de Francisco de Quevedo es la más representativa del movimiento literario denominado conceptismo. A diferencia de la lírica culterana, el poeta conceptista profundiza en el sentido o concepto de las palabras a partir de una serie de juegos de agudeza verbal, con la finalidad de impresionar la inteligencia del receptor.
Al igual que Góngora, Quevedo es un verdadero estilista de la lengua. Pero, a diferencia de aquel, no le interesa cultivar la forma de las palabras, sino el poder que estas tienen para manifestar estados y provocar sutiles razonamientos. Emplea con frecuencia recursos como los neologismos, la hipérbole, la dilogía, la antítesis y, por supuesto, la metáfora.
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Imagen de Diego Velázquez bajo Dominio público |
—“Entre el clavel y la rosa, Su Majestad es-coja”.