3. H. Marcuse o la revolución

La obra de Nietzsche llevó desde su "voluntad de poder" al auge del nazismo. En otro de los autores malditos de la modernidad, el Marqués de Sade, se puede ver ya que el afán de dominación se transforma también en la sexualidad, mezclando sadismo y masoquismo. El mundo moderno termina en la masacre, en el holocausto judío, en la exterminación a través del dominio absoluto: ¿es la muerte la única respuesta a la vida? ¿Puede haber otra solución a la dialéctica, a la lucha entre Eros y Thanatos, entre el deseo y su extinción? En responder a esta pregunta consiste la obra de Herbert Marcuse.
Herbert Marcuse ha pasado a la posteridad como el "filósofo de la revolución" en el siglo XX. En una de sus obras fundamentales, El hombre unidimensional, el autor desvela el carácter totalitario de las sociedades industriales avanzadas. Superando la visión tradicional de la "Guerra Fría", la división establecida entre las dos grandes superpotencias a partir de su filiación política (capitalismo contra comunismo), Marcuse nos muestra cómo la lógica de la dominación se impone tanto en el mundo occidental (a través del capital), como en "los países del Este", a través de la manipulación de las necesidades de los individuos (por la política).
Parece pues que ambos sistemas intentan eliminar la posibilidad misma del pensamiento crítico: el positivismo tecnocrático intenta ocultar la verdadera irracionalidad de nuestro mundo; el ser humano se ha tornado en un ser unidimensional, plano, sin consciencia crítica: acepta indiscriminadamente el mundo tal cual es, a pesar de su evidente irracionalidad (el ser humano está sometido a las condiciones abstractas de la economía, que rige su vida).
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Como dijimos en la introducción, en los "cimientos filosóficos" de la Escuela influyeron numerosos autores, entre los que destacaron Kant, Hegel, Marx o Nietzsche. En la unidad anterior estudiamos a los dos últimos, que junto con Sigmund Freud formó lo que se ha llamado como "filosofía de la sospecha": algo "no funciona bien" en nuestra sociedad, algo que está oculto y que no nos permite ver la verdadera realidad de la "humanidad". Marx señaló el aspecto económico de la alienación; Nietzsche nos mostró sus orígenes históricos a través de la tradición filosófica griega y cristiana; y, finalmente, Freud señaló los aspectos ocultos de la personalidad del ser humano: sus deseos e impulsos insatisfechos pasan, a través del inconsciente, a cristalizar como "traumas" que afloran en forma violenta. Pasamos a ver ahora la influencia de este autor, particularmente en la obra de Marcuse.


Es pues en la contraposición entre Eros y Thanatos donde podemos vislumbrar la profundidad y la riqueza del análisis de Marcuse. Es aquí donde podemos comprender la diferencia entre nuestros deseos, lo que realmente queremos, y la forma absurda en la que malgastamos nuestras vidas. El mundo de nuestros deseos es reflejado a través de la figura mítica de Eros (lo "erótico"); mientras que la "cruda realidad", la negación de nuestros anhelos e impulsos (sean sexuales o no), es representada con la figura de Thanatos: el instinto de destrucción. El ser humano no es otra cosa que esa continua lucha entre el deseo y su realización, la civilización y su negación.
Así, partiendo del análisis de Freud, Marcuse consigue finalmente la reconciliación del psicoanálisis con la sociología, como siempre quiso la Escuela. La civilización se fundamenta en una dolorosa renuncia a la vida instintiva: por eso la historia de la civilización es la historia de la barbarie. Es necesario plantear el mundo de otra forma, hacer ver la posibilidad de una utopía que se convierta en realidad. El trabajo de la filosofía consiste en mostrar esa "promesa de felicidad" de la que hablaban Horkheimer y Adorno. La plena realización del ser humano no puede venir solamente a través del trabajo y de las condiciones abstractas de la economía y del mercado. Hemos de ser capaces de reinventar el futuro: de ahí la filiación de Marcuse con los movimientos revolucionarios propios de la época.
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Marcuse en Wikipedia,
bajo licencia CC

 

Dice Marcuse en su libro Eros y Civilización:


"La sustitución del principio de placer por el principio de realidad es el gran suceso traumático en el desarrollo del hombre -en el desarrollo del género (filogénesis) tanto como en el individuo (ontogénesis)-. De acuerdo con Freud, este suceso no es único, sino que se repite a través de la historia de la humanidad y en cada individuo.

[...] El hecho de que el principio de la realidad tenga que ser establecido continuamente en el desarrollo del hombre indica que su triunfo sobre el principio del placer no es nunca completo y nunca es seguro. En la concepción freudiana, la civilización no determina "un estado de naturaleza de una vez y para siempre". Lo que la civilización domina y reprime -las exigencias del principio del placer- sigue existiendo dentro de la misma civilización. El inconsciente retiene los objetivos del vencido principio del placer."



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Después de todo lo dicho, ahora te toca a ti. Lee el siguiente texto y contesta a la siguiente pregunta: ¿crees, como Marcuse, que es posible un nuevo concepto de sociedad? ¿Qué relación tiene el concepto de "juego" con este nuevo modelo?
"Conforme la sociedad industrial empieza a tomar forma bajo el mando del principio de actuación, su negatividad inherente cubre el análisis filosófico: ... el gozo está separado del trabajo, los medios del fin, el esfuerzo de la recompensa. [...] Puesto que fue la civilización misma la que le "infirió al hombre moderno esta herida", sólo una nueva forma de civilización puede curarla. La herida es provocada por la relación antagónica entre las dos dimensiones polares de la existencia humana. Schiller describe este antagonismo en una serie de conceptos pareados: sensualidad y razón, materia y forma (espíritu), naturaleza y libertad, lo particular y lo universal. Cada una de las dos dimensiones es gobernada por un impulso básico: el "impulso sensual" y el "impulso de la forma" [...] la reconciliación entre los dos impulsos debe ser obra de un tercer impulso. Schiller define a este tercer impulso mediador como el impulso del juego; éste es objetivo como la belleza y su meta es la libertad." (Eros y civilización, Barcelona, Seix Barral, 1968.)