4.1 La teoría del conocimiento en Hume.

A partir del principio semántico, Hume elabora otro principio, que podríamos denominar sintáctico, y que no es más que la clasificación de nuestras ideas, bien procedan éstas de la experiencia directa o indirecta. Dice así:
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"Todos los objetos de la razón e investigación humana pueden dividirse en dos grupos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho; a la primera clase pertenecen las ciencias de la Geometría, Álgebra y Aritmética y, brevemente, toda afirmación que es intuitiva o demostrativamente cierta". Investigación sobre el entendimiento humano, sección 4, 1.

Tratado de la naturaleza humana de D. Hume
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Las cuestiones de hecho remiten en cambio directamente a la experiencia y, por lo tanto, puedo dudar de ellas. Pero hay una diferencia clara: lo contrario de una cuestión de relaciones entre ideas implica una contradicción, mientras que no ocurre lo mismo con las cuestiones de hecho.


La conclusión es evidente: la Física, al no tratar sobre relaciones entre ideas, sino sobre cuestiones de hecho, no puede implicar proposiciones que sean siempre verdaderas, como ocurre en las Matemáticas. El caso más claro en el que podemos ver la radicalidad de la postura de Hume es en el conocido ejemplo de las bolas de billar. Con la "hipótesis de Adán", Hume nos dice que un ser humano que no haya tenido experiencia previa al respecto, no puede inferir que cuando una bola de billar golpea a otra, ésta segunda se debe mover. Y es que la experiencia pone límites a nuestro conocimiento, y no podemos superarlos. Además, nada hay en nuestra experiencia que nos permita inferir tampoco que una cosa es la causa, y la otra el efecto: todo lo más que yo puedo captar es que primero ocurre una cosa, y luego la otra. La alternancia, la sucesión en el tiempo, no implica necesidad alguna. Yo no capto de ningún modo sensación alguna sobre el concepto de causa. Luego, aplicando el principio semántico, Hume critica el uso indebido que los metafísicos practican del principio de causalidad: no hay nada en mi experiencia que me pueda sugerir la idea de poder o de conexión necesaria.
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Imaginemos un experimento a la manera de Hume, pero con los medios de hoy en día. Todo lo que tengo que hacer es pensar en las imágenes de cuando una bola de billar golpea a otra, pero a cámara lenta, y veré que nada hay en mi mente sino una sucesión constante de imágenes, nada más. El que un evento se pueda considerarse como causa y otro como efecto es algo que no capto en mi experiencia (más bien parece que es mi propia forma de organizar la experiencia).
Además, recordemos que en lo físico no hay nada que implique contradicción: puedo pensar que cuando una bola golpea a la otra, ésta segunda no se mueva.

¿Nunca has visto algunas jugadas que parecen imposibles?


Luego la crítica a la Metafísica se extiende no sólo al uso de conceptos vacíos como el de sustancia, sino que abarca también al mundo exterior, a través de la crítica al principio de causalidad. Recordemos que gracias a este principio Descartes o el propio Locke no habían dudado de la verdad del mundo exterior. Pero Hume tiene algo más que decir:
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¿Recuerdas la referencia que hicimos en la teoría del conocimiento de Locke a una manzana? ¿Existen las cualidades secundarias realmente en la manzana o las pongo yo, más bien? Este problema lo había replanteado Berkeley. Dicho de otra forma: si no existiera alguien que la captara tal cual es, entonces, ¿sería la manzana roja o amarilla, ácida o dulce?

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Jamás podremos afirmar con certeza la existencia del mundo exterior, pero eso no nos importa para seguir viviendo. Lo único que quiere mostrar Hume con esta crítica es la excesiva confianza tanto de los racionalistas como de algunos empiristas en las capacidades humanas; la creencia en la existencia independiente y continua del mundo exterior está tan arraigada en nuestra imaginación que es imposible desarraigarla. Pero ello no significa que podamos demostrar, como pretendían los filósofos anteriores, ni siquiera nuestra propia existencia. Así, el concepto del yo o alma, fundamental hasta entonces en toda la historia de la filosofía, se nos muestra también como el último reducto metafísico. Si aplicamos a la idea del yo la misma crítica que hemos realizado en el caso de las bolas de billar, si de nosotros mismos no tenemos más que impresiones sueltas, fotogramas o recuerdos de nuestra propia existencia, entonces, ¿dónde habita ese supuesto "yo" del que hablan los otros filósofos? El "yo" se nos muestra así como un "haz de percepciones", como el río de Heráclito en su devenir constante. No existe impresión alguna constante e invariable del propio sujeto; esa es la conclusión de la crítica humeana a la metafísica tradicional.